viernes, junio 29, 2007

Cómo se pone una sardina flores en el pelo



Pensé durante varios días (OK, semanas) cómo resumir casi dos semanas de vacación en San Francisco. No hay un hilo conductor en realidad porque casi todo el paseo estaba resumido en un tigre, un acuario y comida. Entonces se me ocurre que de todo lo que puede hacerse en San Francisco, lo más significativo fueron los medios de transporte. Acá un resumen larguísimo del viaje, visto desde el ángulo de los medios de transporte.

El auto de mi tío

Mi tío tiene dos grandes amores en su vida. Me refiero a sus perros. Por esta razón montarse al auto, si bien uno viene molido de un viaje de cómo doce horas y tanto aire acondicionado le resta capacidad a los sentidos, es toda una experiencia. Primero que nada, uno cae en una linda almohada de al menos dos pulgadas de pelo de perro. Cualquier perfil o superficie que exista en el panel está cubierto de rasguños y/o tierra traída al auto por las pesuñas de los canes. Uno percibe ese inequívoco aroma a cachorro mojado, pues los paseos en el parque a menudo terminan con una nadadita en el lago, del cual no les da tiempo secarse mientras regresan al carro. Esto es, para mí, la mejor parte del paseo: ver a un doctor quisquilloso ceder a los deseos del par de peludos.

El ferry, el bus y el consecuente taxi

Salvo por pocas excepciones, viajar en bus en EEUU es señal de pobreza, pues todo el mundo, TODO el mundo, tiene carro. Yo por supuesto no iba a pretender que mi tía nos llevara a todo lado, así que el primer día preguntamos cuáles eran nuestras posibilidades de trasladarnos en medios colectivos, y decidimos salir en ferry desde Tiburón (pronunciado TI-bu-raaaan). El paseo lindísimo, pero por santa petra que frío hacía. Compartíamos expletivos en español sobre lo cruel del clima cuando una señora nos malentendió y pensó que le pedíamos que nos tomara una foto.
Llegamos a Fisherman’s Wharf y de ahí, como no teníamos idea clara de qué hacer, comenzamos a caminar por la costa. Según nosotros íbamos a caminar hasta el Golden Gate Park pero no llegamos ni cerca. Por ahí del Palacio de Bellas Artes decidimos que íbamos hacia Lombard, pues según los cálculos ahí pasaba el bus. Llegamos a la parada a las cinco pasadas, pero la línea de bus con nuestro número no coincidía con el recorrido que debíamos hacer. Obviamente eso es ilógico, pero en esas circunstancias, comenzamos a ponernos nerviosos. Llamamos por teléfono al servicio de información de buses, pero por supuesto era del tipo automatizado y no llegamos a ningún lado.

Acá saco mi primera máxima del viajero: cuando en duda de dónde está, busque una dona. No, no una doña, una dona. En este caso, fue el Happy Donut. Entramos y nos aseguraron que el bus pasaba al frente, pero no sabían cuándo. Es verdad que no sirvió de nada, que fue difícil entablar una conversación con la doña (no, no dona, ¿quién habla con una dona?) porque era inmigrante con poco dominio del inglés, pero la dona estaba magnífica. Salimos y tomamos un taxi a la terminal, que salía justo de una de las calles que mi tía había marcado con marcador fluorescente anaranjado para indicar PELIGRO. Oh alegría. Ahí finalmente divisamos el tan ansiado bus, línea 70, y nos montamos.

Los buses gringos no tienen un cheque para recibir el dinero, por supuesto (qué indigno). El chofer por supuesto que no se digna a tocar dinero, eso lo hace una vil máquina. Es en esencia una máquina como las dispensadoras de bebidas, solo que no da vuelto y además uno tiene que saber cuánto pone. Suena absurdo, pero así es. Como no sabíamos cuánto era, pusimos cuatro dólares por cabeza. Seguimos poniendo cuatro dólares cada vez que lo usamos y nunca supimos a ciencia cierta cuánto era.
Nota a los polos: nunca pretendan subir maletas en un bus municipal de San Francisco. Aparentemente solo se hace eso en los Greyhound. Eso lo descubrimos cuando intentamos montarnos con la maleta übergigantezca que hubo que comprar para albergar la computadora del gato buzo anónimo. Hubo que hacer pucheros para que el conductor se apiadara de los dos polos y nos dejara subir el chunchón aquel en el asiento para discapacitados, con los pies colgando por encima por cuarenta minutos.

Los cable cars

Un “cable car” es, por definición, un carrito eléctrico que se guía por un cable en el piso. Hay dos líneas de cable-cars antiguos que recorren de norte a sur y de este a oeste la ciudad de San Francisco. El tiquete vale 5,00 USD, pero si se compra el City Pass, por la suma de 18,00 USD puede montarse en cable cars y buses de la ciudad por tres días. Como queríamos ir a Chinatown y la forma más fácil era tomar la línea Powell-Hyde, fuimos a buscar los famosos pases. Caminamos por lo menos cuarenta minutos, solo para darnos cuenta de que habían cerrado la venta de tiquetes. El cable se había reventado y no iban a operar sino hasta el día siguiente. Para que vean, que no solo en Costa Rica pasa.



Finalmente al día siguiente logramos ir a Chinatown en el cable car. En esencia, es el equivalente a llegar de un lugar a otro en el tren a Limón. Yo en realidad quería comer, para qué les miento. Mi vida es un festival de comida. Encontramos el Lucky Creation (854 Washington St.), un restaurant chino vegetariano que califica como chinchorro, pero era buenísimo y como saben poco me importa lo finiolis del lugar. Tenían todo tipo de glútenes, de los cuales hacen cosas muy parecidas a pollo y cerdo (al menos espero que sean parecidas al pollo y al cerdo).



Cuando íbamos de salida de Chinatown nos topamos con un restaurant israelí. Sí, en medio Chinatown. Se llama Sabra (419 Grant Ave.) y es kosher. Decidimos que al día siguiente íbamos de nuevo, principalmente porque yo tengo un perenne antojo de falafel. El día siguiente fuimos de nuevo pero, caray, estaba cerrado. ¿Cómo, cerrado? Bueno, en verdad no fue culpa nuestra, pues quién iba a saber que un restaurant kosher no abría los sábados. Es verdad, los dos sabíamos, pero estábamos de vacación, todos los días son sábados. Y no es como si alguno de los dos fuera judío, ¿verdad? Decidimos ir a comer vietnamita. De ahí se deslinda el consejo de viajero dos: Cuando quieran saber dónde comer, pregúntenle a un vendedor de woks. Así llegamos al Golden King (757 Clay Street). Lo mejor en el mundo es la sopa picante agria. Yum.

Los Segways y go-cars

En San Francisco han organizado una ruta llamada 38-mile. Esta pasa por todos los atractivos turísticos de San Francisco. Los californianos, quienes son, ehhh, ejem, eclécticos (tienen demasiado dinero para llamarlos raros), se inventaron hacer esta ruta en métodos alternativos de transporte. Les digo, para hacer un tour en Segway, hay que ser, no solo geek, sino geek que acepta su inherente condición. Yo no soy geek y mi novio no acepta su inherente condición, así que nos dedicamos a burlarnos de ellos mientras, muy adentro, los dos deseábamos hacerlo. En esencia un geek líder, llamado el guía, va adelante mientras comenta las atracciones turísticas, mientras los geek menores van atrás. Me llamó más la atención el tour en go-kart. Dos personas se montan en un go-car amarillo, al que le lucen las jackets amarillas y el casco amarillo que uno se pone, y luego una computadora le indica donde doblar y qué atractivo turístico está mirando. Yo más que nada quería hacer ese tour para ver qué hacía la computadora (o la compañía) si yo no seguía la ruta. En todo caso, si les sobran 35 USD y lo quieren gastar en una hora, esta es una buena manera de hacerlo.


Medios de transporte netamente geeks.

El “trolley”

Lo más increíble para un tico es ver un bus que se convierte en metro. Bueno, al menos así lo interpreté yo, aunque en realidad no es así. Se trata de un trolley: parece un bus pero es guiado conforme se acerca a la ciudad, se mete a un túnel y TA-DAH, de repente es un metro. Estos están incluidos en el City Pass y así llegamos hasta el Zoológico de San Francisco. Desgraciadamente, ese día estaba caliente y todos los animales decidieron alzarse en huelga, por lo que tengo fotos de hipopótamos, emus, canguros, etc. Echados. Sin embargo, tengo buenas fotos de varias ardillas. Los tigres tampoco nos decepcionaron. Ese día, finalmente, de nuevo en trolley, nos devolvimos a Sabra y finalmente pudimos comer falafel y en mi caso, tomarme una sopa de bolas de matza. Muy recomendado.

El carro de mi tía

Parecido al caso de mi tío, el carro de mi tía tiene solo una pulgada de pelo de perro y menos rayones en las superficies observables. Sin embargo también es un vehículo destinado al placer de los perros, que de vez en cuando lleva gente como nosotros a lugares. En esta oportunidad fuimos a Sebastopol, donde mi tía compró un casa con terreno para sembrar. Todo lo menciono únicamente por Andy’s (1691 N. Gravenstein Hwy), una tienda de alimentos orgánicos y todo, TODO el tipo de comida vegetariana que puedan imaginar. Tienen panes caseros, suplementos vitamínicos de todo tipo, sánguches preparados (yo me comí un panini vegetariano), bebidas sin azúcar, preservantes, etc. envasados en botellas de vidrio… Es el paraíso de cualquier hippie vegetariano ecologista. Pensar en Andy’s me da ganas de llorar.

El bote turístico

Existen tours que lo llevan a ver Alcatraz. Ese no lo hicimos. Sí tomamos el tour alrededor de la bahía, principalmente porque queríamos ver el Golden Gate de cerca. No nos defraudó, es algo de ver. Primero que nada, no sé por qué se ve rojo, cuando en realidad es como anaranjado herrumbre, segundo, creo que un tornillo de esa vaina tiene el tamaño de mi cabeza, tercero, pasar por debajo y oír los carros pasar es aterrador. Por otro lado, el gobierno dejó de contar los suicidios que ocurr]ian ahí cuando, en 1995, llegaron al número 1000. Se dice que brinca uno cada quince días. Por otro lado, quisiera comenzar una campaña pro-Bay Bridge. El hermano menor y feo del Golden Gate, pintado en colores sin gracia y lleva a la gente a Oakland (y nadie quiere ir ahí cuando el Golden Gate lo lleva a Sonoma y a los viñedos), resulta ser aún más largo y una obra ingenieril más grande, pero es a menudo opacada por la hermana bonita.

El dosh patas

Tuvimos la buena suerte de topar con la carrera llamada Bay to Breakers, que sale de Howard Street en la Bahía y va hasta el océano pacífico. Yo sé que no suena como algo espectacular, pero lo es. Madrugamos ese día y mi tío nos llevó hasta el Golden Gate Park a esperar que pasaran los corredores por la Milla 4 (en total son 12 km, o 7,5 millas). Lo primero que nos impactó fue encontrar un grupo de gente en pijamas todos sentados en un sillón, con los pies en la mesa. Sí, en medio parque. Además había varias bandas (todas malas) y aguateros por todo lado. Primero pasaron las mujeres corredoras, a las que se les da como ventaja la diferencia en tiempo entre el hombre y la mujer más rápida, luego los hombres. Sobra decir que en este caso eran todos de Kenya, Somalia, etc. Este año lo ganó una mujer, lo cual hizo historia. Inmediatamente después viene el "ciempiés", varios hombres que corren atados y cuyo objetivo es vencer a la mujer más rápida. Como salen a diferentes momentos, se controlan los tiempos por medio de un brazalete que se coloca en el tobillo (tobillete?).

Luego vienen los corredores disfrazados. Sí, disfrazados. Este año habían varios hombres araña, vimos varias mujeres en vestidos de novia, varios hombres en vestidos de novia, Paris Hiltons en traje de prisión con un celular, anteojos a lo Jackie Onassis y un chihuahua bajo el brazo, y, por supuesto, porque estamos en California, al menos sesenta hombres desnudos. Es gracioso, al principio es chocante, especialmente porque parece doloroso, incómodo y muy frecuentemente desagradable (digo, ¿por qué no sale desnuda gente atractiva?), pero al final ya ni los mira. Al final ya la gente no corre, sino que viene caminando, y por último está la turba escandalosa y ebria de estudiantes universitarios. Les recomiendo que, de poder, lo vean. Es algo especial. El próximo es el 18 de mayo de 2008.


Foto cortesía Sardino Pictures


El avión

El avión sería, sin querer ser una referencia circular, el capítulo anterior de la saga de la sardina. Muchas gracias por volar Sardina Airlines, esperamos que vuelen de nuevo. La hora local es como siete después de que comenzaron a leer (lo siento por lo extenso). Espero que ustedes disfruten un milésimo de este recuento como lo disfruté yo haciéndolo y, de nuevo, San Francisco es una de las ciudades más amistosas y bonitas que he visto. ¡No puedo dejar de recomendarla!

viernes, junio 01, 2007

Sardina voladora, capítulo uno: El regreso


Comienzo por el final, porque es lo más fresco y además suena cool, puro Guerra de las Galaxias. Salí de Atlanta el 26 de mayo con toda la intención de aterrizar en San José (o más correctamente Alajuela, pero parece que nadie quiere decir que se aterriza en Alajuela) cuatro horas después. He hecho este viaje al menos cinco veces y nunca ha sido problemático, salvo por ese parche de turbulencia saliendo de Atlanta que le saca a uno suspiros de montaña rusa.
Dicho y hecho, a las 8:10 p.m. hora local nos dice el Capitán, que por todo lo demás tiene una actitud demasiado positiva para mi gusto (me recuerda al doctor de Los Simpsons), que sobrevolamos San José/Alajuela. Una vuelta, dos, tres, “Este es su capitán que les habla! En este momento estamos esperando que el clima mejore para aterrizar! Los estoy manteniendo al tanto!” Es peor que el Dr. de Los Simpsons, es la puerta del Heart of Gold de Douglas Adams. Intenta aterrizar y no lo logra. Otro intento y nos dice que vamos al Aeropuerto Internacional de Liberia por más combustible. “Este es su capitán! Hemos decidido devolvernos a San José porque un vuelo de Continental logró aterrizar y parece que hay una ventana de oportunidad!” “Bueno, señores, parece que no vamos a poder aterrizar, nos devolvemos a Liberia. Los mantengo informados!” A estas alturas yo estaba segura de que no necesito saber tanta información y añoro los pilotos fogueados de guerra que saben mandar su aeronave. Un Capitán Kirk nunca sería tan arrastrado. Aterrizamos, esperamos, esperamos. Una hora después nos informa que “Este es su capitán quien les habla! Les informo que ya localizamos a la persona responsable por la gasolina en este aeropuerto y viene de camino! Los mantengo al tanto!” Seguro vivía en El Coco y andaba en bicicleta porque duró una hora en llegar (no serías vos, ¿HS?). “Este es su capitán quien les habla! Les informo que el aeropuerto estará cerrando en unos cuantos minutos, pero esperamos salir antes de que eso ocurra! Una vez que llenemos el tanque, iremos a San José/Alajuela a intentar otro aterrizaje!” Llamo a mi hermana y le digo que se vaya a la casa, esta vara va para largo.
Y para largo fue. Luego de unos cuantos comerciales más del capitán, seguidos de traducciones literales al español, incomprensibles porque se salen de la rutina de la pobre muchacha poco dotada en el arte de improvisar, aterrizamos en Panamá. “Bienvenidos al aeropuerto Internacional Tocumen, la hora local es 3 a.m., les agradecemos por haber volado con Delta, ha sido un placer tenerlos a bordo, esperamos que vuelen con nosotros de nuevo.” Prueba de mi sentido de humor es que aún puedo reírme de eso. Inmediatamente nos dice que unos buses nos recogen para llevarnos a hoteles y salimos el día siguiente a las 2 p.m.
Acá le doy todo el crédito a Delta. No sé cómo pero lograron conseguir tres buses y hoteles para todo el avión en cuestión de una hora, lo cual en América Latina es complicado. A mí me tocó en el Intercontinental, de tal lujo que yo me sentí obligada a bañarme antes de meterme a la cama porque estaba segura de que les iba a arruinar la ropa de cama si no hacía. Es ese hotel que saca en Sony Entertainment Television, ese que, cuando lo vi, dije “Caray, nunca podré ir ahí”y ya ven, ahí fui a dar. Eso prueba que no sabemos qué nos depara el destino. Muchas gracias, Delta, por pagar el hotel y por su increíble coordinación. Mal clima es un Acto de Dios y como tal, no tenían que pagar el hotel.
Claro, tal vez hubiera sido bueno saber que el hotel quedaba como a una hora del aeropuerto. Así las cosas, nadie nos dijo y yo, que me ubico bastante bien en Panamá, iba recorriendo la ruta en mi cabeza. “’OK, salimos del aeropuerto. Ah, qué fallo, pasamos ya por Paitilla, no nos quedamos en el Riande o los hoteles chuzos. Oooook, centro de ciudad. A dónde nos llevan? Por Dios, no es por acá donde asaltan gente cuando se baja del bus? Esto no puede ser el Puente de las Américas, será que nos llevan a Costa Rica por tierra?” Los pobres gringuitos iban más estresados, porque a la cabeza del bus iban dos negros enormes e imponentes haciendo guardia (uno de Delta y uno de migración) y comenzaron a pensar que nos habían raptado. Por supuesto que fueron los ticos los quienes comenzaron a quejarse de esa forma irritante que nos caracteriza, no dirigida a resolver el problema o solicitar información, sino de esa forma chismosa que busca apoyo en los demás para conseguir un motín de reclamos y lo que menos quiere es resolver el conflicto. “Diay, qué, ¿no encontraron un hotel más cerca?” Momentos de pena nacional. Comienzo a practicar mi acento ruso.
Camino al hotel uno comienza a hablar con la gente que trató de ignorar todo el tiempo en el avión. Alguien debería estudiar este fenómeno. Descubre que la señora detrás de uno va a Costa Rica porque hay un proyecto conjunto para dar conciertos de flauta en Costa Rica, que la de la par va a visitar a la hija, quien estuvo de voluntaria en San Carlos, y que la señora ahora está muy preocupada porque la muchacha no tiene plata y no puede devolverse a San Carlos y no sabe dónde pasó la noche, que la del frente es una tica (de las no-quejosas) y ella es esposa de un piloto así que le da a uno los pormenores de por qué decidió el capitán tanto enredo. El hotel, como adelanté, era hermoso. El servicio no tan bueno (porque, perdonando a mis amigos panas, pero el modo de la gente es horrible) pero el hotel en sí espectacular. Hay que ir poniéndose vivos o el ganso de los huevos de oro se nos va. De ahí pasó el bus por nosotros a las 11 a.m. y de vuelta en el aeropuerto nos señala el capitán que ESPERAMOS QUE HAYAN DESCANSADO, NUESTRO VUELO ESTARA DEMORADO PORQUE LA TRIPULACION DE AYER NO ESTA AUTORIZADA PARA VOLAR, PERO LA OTRA TRIPULACION VIENE EN CAMINO! (Decidí que el capitán hablaba como en mayúsculas, como si cada palabra fuera importante). Total salimos a las 3 y resto y aterrizamos a la misma hora, gracias a esas maravillas del cambio horario. Aplaudimos e incluso hubo lágrimas de felicidad.
Próximo capítulo: Las vacaciones de Madame Sardini, o cómo se pone una sardina flores en el pelo