jueves, diciembre 21, 2006

Detrás de toda gran mujer masificada, hay un gringo sexoso

Esa vez Semana Santa me sorprendió en Playa Dominical con mis papás. Digo que me sorprendió porque nunca me percaté de haberme montado en el carro y haber viajado por una carretera, o lo que los ticos llamamos una carretera, para llegar a donde el diablo tiró la chaqueta. En ese entonces solo había un hotel y no sé cómo llegamos ahí. Tenía catorce.

Claro, yo sé que nadie recuerda con lujo y detalles los viajes de infancia o adolescencia, pero en mi caso eran ausencias marcadas. A veces pienso que estaba cerca del autismo, porque entraba en trance y me molestaba que la gente me hablara. Me impedía concentrarme en, bueno, en nada, en realidad. Así podía pasar tres horas en un carro, viendo por la ventana hacia las nubes y pensando que parecían camellos, o más bien, sombras de camellos caminando en grupo por un desierto. El ride a mundos paralelos se acababa en lo que pasábamos por un puesto de queso palmito, fresas o prestiños. Porque eso sí, siempre fui golosa y comelona. Si me preguntan qué comía en los recreos del cole, puedo decirles que eran maduros de Doña Lucy, a los que se les podía exprimir ocho gotas de aceite a cada uno, pasteles de piña de la cerca o costillas de guayaba de la soda. Ah, ustedes dicen que todo el mundo recuerda eso? OK, empanadas de papa o de frijol en segundo grado. Mi lonchera de kinder generalmente contenía sánguches de jalea de mora o de queso cheddar envueltos en papel aluminio porque así sabían más fresquitos.

Sin embargo, no puedo recordar los apellidos de compañeros, ni nombres de profesores. Tanto es así, que algunos nombres me evocan, antes que una cara, una comida. Andrés: fresa. Andrea: papaya. Pamela: guanábana. Roberto: sirope. Hace como cuatro años me contaron que fulana, ex novia de mengano de tooooda la vida, finalmente se casó con perencejo, quien era el mejor amigo de toda la vida de la fulana. Y que qué romántico era aquello Pues sí, lo sería, si recordara a perencejo, quien supuestamente fue compañero mío por seis años. Hace poco me dijeron que se murió y yo todavía ni siquiera sé quién es. Mi memoria solo recuerda comida y números. 1.4 km a pie para llegar al cole, 4.500 Colones se pagaba de mensualidad, 2.50 el bus, recibía 250 Colones por semana de mis papás y llegué a ahorrar 2.000 Colones para comprarme una tabla de surf local, que costaba 12.000. Son solo números.

La única razón por la que les parezco medio normal es porque en ese paseo, a los catorce, hubo un cambio radical. En ese dichoso paseo conocí a un gringuillo y descubrí a los hombres, extrañas creaturas a las que era incapaz de dirigirles la palabra. Luego miré hacia abajo y tenia senos. Dicen fuentes fidedignas que estaban ahí desde los 13 pero yo aún andaba el brassier camiseta. El mae ni me determinó porque era diez años mayor y trabajaba para el hotel. Me imagino que si me hubiera visto como Scarlett Johanson, me hubiera acercado a su escritorio de recepción y cruzado la pierna mientras mordía un lápiz tal vez hubiera logrado competir con aquellas a las que Dios dotó de tan exóticos bultos como nalgas, pero no fue así. El gringo era igualito a River Phoenix, como salido de una película el condenado. A partir de ahí comencé a leer novelas Harlequin, más o menos al ritmo de una al día, para satisfacer mi curiosidad sexual. Sobra decir que cualquier intento por relacionarme con un hombre, incluso hasta entrados los dieciocho, fue un fracaso.

San Freud seguramente haría fiesta, pero a partir de ahí comencé a tener recuerdos en cadena. Recordaba lo que pasó ayer y comencé a poner atención a lo que la gente decía. Hasta entonces, la gente me hablaba pero yo no decía mucho. No necesitaba decir nada. Me ví en el compromiso de ser sociable, para al menos apantallar. Sin embargo, era un esfuerzo recordar detalles sobre la vida de la gente, nombres de hermanos/as, o peor aún, lo peor para mí, seguir una telenovela. Pero noblesse oblige, había que hacerlo porque en el cole no era uno nadie si no había visto Cristal el día anterior. Y lo hice. Si me ven en la calle, pensarían que soy normal. Mi sueño pasó a querer ser porrista, el símbolo de la normalidad y aceptación social. Además, ¿qué objeto más codiciado en el cole que una porrista?

Ahora que estoy metida en conta estoy más en mi elemento que nunca. Es como ese sueño que tiene uno (o tal vez solo yo) en que uno comprende todo, hasta la creación del cosmos. Hoy que me pongo a analizar en qué momento dejé mi lindo mundo autómata abstraído de la realidad para meterme en este zancocho de humanidad, solo caigo en cuenta en que fue el gringo el culpable. Maldito gringo sexoso sin nombre. No sé si podrá devolverse uno al mundo pre-sexo, pero todo esto nadamás prueba que los hombres son la perdición de toda buena mujer. O sardina.

P.S.: Y la única razón por la que escribo este post es porque me retaron :P

4 comments:

At 8:33 a. m., Blogger Solentiname said...

sip, en ese cole eras porrista o no eras. Yo era del segundo grupo...

 
At 9:57 a. m., Blogger Dryadeh said...

En el mío, era o ser del equipo de basket femenino o no ser. Y como era alta y demostraba no ser tan chapa en las lecciones de educación física, al menos estuve así de cerca de *ser alguien* en el cole... De impedírmelo se encargaron mis padres quienes decidieron no me darme permiso para acudir a los entrenamientos, así que la culpa de mi anonimato se las eché siempre a ellos. XP

Además...
Al cabo de que ni quería. =P

 
At 8:09 p. m., Anonymous Anónimo said...

pre-sexo, que ternura la de sus dedos, de verdad suena doña sardina, es como el bosforo de un soliliquio

 
At 8:10 p. m., Anonymous Anónimo said...

soliloquio

 

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